Notas reflexivas sobre proletariado, trabajo y progreso

Entendemos que el sistema, aún luchando contra ello, nos obligue a muchxs a trabajar (o buscar otras formas de tener lo vital), pero no compartimos la idea de que unx se tenga que sentir orgullosx ni parte de esa gran masa explotada (mostrar solidaridad sí, eso no lo negamos) que día a día refuerza los cimientos de sus propias cárceles. Ni compartimos la idea que nuestra máxima sea el llamado «trabajo digno» (sería lo mismo que luchar por un Estado verdaderamente democrático) , pues la esclavitud (ninguna) jamás será dignificante.

Y debido a que mucho se usa el término «burgués» para por ejemplo silenciar o tratar de silenciar herramientas como las funas a las opresiones y opresorxs, noes es grato hacer recordar que el trabajo (y ser parte de ello) sí es entero burgués, porque es lo que alimenta y perpetúa a la burguesía en ese estatus.

A continuación algunos artículos y audios que ayudarán a aclarar nuestro punto, y sobre todo a re-avivar el debate en torno a estos temas plasmados en el título.


Algunas notas sobre el anarquismo y el mito proletario

La cuestión del Anarquismo no abarca una única clase, en consecuencia no abarca solo a la clase obrera, pertenece a cada individuo que considera importante su libertad personal.

JOHN HENRY MACKAY

A los Patrones nunca les ha faltado la colaboración sudada y amable para entregar a los Fugitivos. Y tampoco les falta hoy. Llamad-les como queráis, hombres comunes, masas, proletariado, son siempre los primeros frente a la vista de otras armas conformistas.

PAUL HERR

1. Durante muchos años el anarquismo ha sido asociado por la prensa y por los historiadores a una especie de socialismo anti-político y anti- Estado basado en el rol del “pueblo” o de los “trabajadores”. Con esta visión se ha llamado anarquistas a individuos que en realidad son colectivistas, que no aman la centralización. No obstante las modificaciones que la realidad ha forzado sobre los más radicales populistas, la ilusión aún persiste, como todas las ilusiones.

La primera parte de este artículo está dedicada a una crítica de esta ilusión. ¿Porque las “masas” permanecen silenciosas frente al mensaje “anarquista”? ¿Podría ser que este mensaje solo guste a una minoría? ¿Y si es así, no sería mejor modificar en consecuencia nuestras miradas?

Un elemento importante del mito populista es la idea que durante las revoluciones históricas el “pueblo” es insurgente en masa y ha destruido sus amos. Ahí la idea de que el pueblo esté instintivamente de parte de la “libertad”. El razonamiento es que, ya que el trabajador es explotado, ya que está sujeto a la voluntad de sus amos, en consecuencia de su situación debe desear ser “libre” y en consecuencia ser más receptivo a las ideas anarquistas respecto a miembros de otras clases.

Aceptando esto, los que sostienen el mito proletario coleccionan a menudo fragmentos de informaciones a la “acción directa de masas”. Nos hablan de la bandera negra que oleaba sobre las fábricas en la guerra de Corea, se entusiasman con el levantamiento de Berlín del 1953, la revuelta de Hungría del 1956, también se entusiasman pensando en los primeros días del régimen de Castro en Cuba y en el uno de mayo en París en 1968 – para no mencionar la Comuna de París y la revolución mexicana, rusa y española. Lo que no cuentan son los numerosos y conocidos ejemplos de aquellos trabajadores que soportan quién manda y los exprime, aquellos que proporcionan la mayor parte del personal de las prisiones, de la policía y del servicio militar, que “son siempre los primeros frente a la vista de otras armas conformistas”, y que persiguen el individuo excepcional mientras invocan la conformidad.

Es una de las peores cargas que los anarquistas tienen que llevar en esta relación con los “trabajadores”, de esos millones de “ordinarios con-los-pies-por-tierra” que han trabajado voluntariamente para sus amos durante siglos.

Los que sostienen el mito proletario cuando quieren pueden retroceder al pasado para encontrar casos de “acción directa” y “creatividad” por parte del pueblo. Lo que no pueden hacer es demostrar que el pueblo haya substituido un sistema autoritario con otro, o que no haya traído las semillas de nuevas formas de autoridad. De echo la aplastante evidencia histórica soporta la afirmación de Eric Hoffer en “The Brue Beliver” según la cual las masas, generalmente han obtenido lo que querían de las revoluciones que han “logrado” – un patrón más fuerte- y que solo son sus precursores intelectuales quienes permanecen desilusionados (cuando no han sido perjudicados). Y como no recordar las oscuras conclusiones de Simone Weil en sus días sindicalistas?

“¿Las organizaciones de trabajadores pueden dar al proletariado la fuerza que les falta? La misma complejidad del sistema capitalista, y consecuentemente las demandas que la lucha revela, llevan al corazón más profundo del movimiento de la clase proletaria la degradante división del trabajo. La lucha espontánea siempre se ha demostrado ineficaz, mientras que la acción organizada oculta casi automáticamente un aparato administrativo, que, antes o después, se vuelve opresivo”.

2. Quiero negar que la lucha de clases exista, ¿entonces? No. Pero hay una notable confusión entre el hecho de la lucha de clases y la teoría de la lucha de clases.

El hecho es la existencia innegable de un conflicto de intereses entre trabajadores y patrones – tanto si se trata del Estado como de “privados”. La concepción y la llegada de este conflicto no son tan difundidas como los predicadores de la “lucha de clases” querrían (y querrían hacernos creer), pero existen, y a veces han mejorado las condiciones de los trabajadores. Es natural que quién gana un sueldo defienda los propios intereses, y que quién paga el salario defienda el suyo. Este es el centro innegable de la cuestión.

La teoría, por el otro lado, se basa en la convicción (no se puede verificar) que este conflicto de intereses llevará, o puede acabar llevando, a la abolición de la explotación y al establecerse de una sociedad sin clases.

Que el fundamento lógico resida en la visión marxista de una dialéctica histórica que lleva la lucha de clases a la resolución final de todos los conflictos en el comunismo, o en la fe de los Bakunistas/ K r o p o t k i n i a n o s en la espontánea creatividad revolucionaria de las masas” poco cambia respecto a la noción de base que la lucha de clase sea el camino principal hacia la utopía. Aún modificada de la competencia, o revestida por un argot “científico”, esta teoría permanece una versión transformada de la creencia mesiánica en la llegada de un “paraíso terrestre” – y tiene la misma creatividad a su favor.

Desde hace más de 150 años los idealistas del proletariado están induciendo los “trabajadores” a ser esto o lo otro, ha hacer esto o aquello, y su respuesta ha sido virtualmente nula – a menos que la llamada no haya sido a la guerra. Después de más años de los que cada unx de nosotrxs podemos recordar, la respuesta de la gran mayoría de trabajadores a las ideas anarquistas ha sido la indiferencia y la hostilidad. Ninguna revuelta del pueblo, o de sus predecesores en la mitología revolucionaria, ha puesto fin a su servilismo. Su presupuesta “creatividad” y “deseo de libertad”, como clase, no es nada más que una populista metedura de pata y es principalmente el producto de intelectuales de clase alta y media atormentados por sentimientos de culpa, que quieren reparar sus pecados sociales. Kropotkin, que es un típico ejemplo, sigue repitiendo que “el anarquismo es la “creación” de las masas”, pero sin contar nunca el nexo causal entre ambos. Todo lo que hace es recordar algunos eventos históricos seleccionados que él interpreta como tal, y estos son normalmente democráticos, y no anarquistas, en su esencia.

3. El problema de parte de esto que hoy viene llamado “anarquismo” es el hecho que sus exponentes sean dominados por una “mentalidad socializada”. Con esto entiendo una obsesión con la noción que la liberación del individuo sea por fuerza una integración con la “sociedad”. En este caso no con la sociedad existente, sino con una sociedad ideal, sin clases y sin Estado, que un futuro indefinido debería traernos.

La característica particular de este tipo de mentalidad socializada es que posee la certeza que el anarquismo sea igual a antiestatalismo. Una vez que el estado sea eliminado, según esta teoría, la humanidad se encontrará en libertad. Desafortunadamente, este no es el caso, ya que la autoridad dispone de otros recursos además del Estado. Entre ellos la “sociedad”. De hecho las costumbres y las costumbres sociales, sin ser expresadas con ninguna imposición legal, pueden ser más opresivas que las leyes del Estado contra las cuales, a veces, puede haber métodos de defensa jurídica.

Muchos de los que se hacen llamar anarquistas reconocen la opresión del Estado, pero son ciegos frente a la opresión de la sociedad. Su anarquía, por lo tanto, consiste en reemplazar la autoridad vertical del Estado contra la autoridad horizontal de la Sociedad. Como anarquista individualista, no reconozco ni la legitimidad del control del Estado sobre mi, ni la de una masa sin cabeza que se define como “anarquista”. Estoy de acuerdo con Renzo Novatore cuando escribe:

“La anarquía no es una forma social, sino una forma de individualidad. Ninguna sociedad me concederá más que una libertad limitada y un bienestar que garantiza a sus miembros. Pero esto no me satisface y quiero más. Quiero todo aquello que puedo conquistar. Cualquier sociedad querrá que me conforme con los angustiosos limites de lo permitido y de lo prohibido. Pero yo no reconozco estos límites, porqué nada esta prohibido y todo está permitido a quienes tienen la fuerza y el valor. En consecuencia la anarquía no es la construcción de una nueva y sofocante sociedad. Es una batalla decisiva, contra todas las sociedadescristiana, democrática, socialista, comunista, etc. etc. El anarquismo es la eterna lucha de una pequeña minoría de aristócratas fuera de la ley contra todas las sociedades que se suceden la una a la otra en las etapas de la historia”.

Nos guste o no, las ideas anarquistas nunca han sido nada más que la propiedad de un restringido número de individuos, que han hecho del anarquismo el propio interés y lo han llevado adelante. La contribución de virtud revolucionaria de las masas explotadas, la revuelta paternal contra ellos en periódicos de escasa circulación que nunca han leído, a menudo solo es una mascara elaborado por una moral que yace bajo el modo en que deberían comportarse, y arroja una manta multicolor sobre el modo real en el que se han comportado, se comportan y se comportarán -sin prejuicios, obviamente, con la Segunda Llegada de Jesús, Karl Marx y Mikhail Bakunin, separadamente o en conjunto…

Los que afirman que el anarquismo esta orgánicamente vinculado a la lucha de clases en realidad se encuentran en una posición entre el anarquismo y el socialismo. Por un lado querrían hacerse defensores de la soberanía del ego que es la esencia del anarquismo; por el otro permanecen prisioneros de los mitos proletarios democrático-colectivistas. Hasta que no corten este cordón umbilical que los ata al socialismo, nunca tendrán todo el control de si mismos como individuos autodeterminados. Siempre estarán atraídos por el camino sin fin que debería conducirles a las fuentes de limonada y a los arboles de cigarrillos de Big Rock Candy Mountain.

4. Mis esperanzas, sean las que sean, por mucho que encuentre repugnantes las miserias y jerarquías con las que estoy en contacto, se que quien manda no puede existir sin la colaboración de quién obedece y que es ridículo pensar que las jerarquías solo son producto del gobierno. Sin el servilismo de muchxs, los pocos privilegiados que tienen el poder perderían su autoridad. Como no dependo de la realización de una futura supuesta sociedad ideal para mi razón de ser, no necesito identificarme con ninguna clase social o grupo para dar valor a mis ideas. Pero el rechazo del mito socio-político no es sinónimo del rechazo de todas las acciones realizadas por el individuo. Si las masas son indiferentes o hostiles, si el futuro promete ser una mezcla amenazante entre “1984” y “Un mundo feliz”, no obstante esto las imperfecciones de los seres humanos dejarán, antes de la robotización final, aún espacios y fisuras en el tejido social. En estas grietas del colectivo organizado aún será posible, aquí y allá, crear miles de simpatizantes, oasis de refugio y resistencia, para aquellxs que son ajenxs a los valores y a las costumbres del Sistema y al mismo tiempo tienen fe en las soluciones colectivistas y autoritarias para sus problemas. Un modo de ir adelante, que no es producto de la “lucha de clase”. Y antes de todo es sobretodo un esfuerzo individualista: la creación de una sensibilidad egoísta.

*Extraído de la revista anarquista ecologista Fenrir*


La ideología del trabajo

Antes de cualquier investigación o reflexión sobre el trabajo en nuestra sociedad, es necesario ser conscientes de que todo en ella está dominado por la ideología del trabajo. En la casi totalidad de las sociedades tradicionales, el trabajo no es considerado como un bien ni como la actividad principal. El valor eminente del trabajo aparece en el mundo occidental en el siglo XVII, en Inglaterra, en Holanda y, después, en Francia, y se desarrolla en estos tres países conforme al crecimiento económico. ¿Cómo se explica la evolución mental y moral que consiste en pasar del trabajo como pena, castigo o necesidad inevitable, al trabajo como valor y bien? Se debe constatar que esta reinterpretación que termina en la ideología del trabajo se produce en el encuentro de cuatro hechos que van a modificar la sociedad occidental. En primer lugar, el trabajo se vuelve cada vez más duro, con el desarrollo industrial, y aparentemente más inhumano. Las condiciones de trabajo empeoran considerablemente con el paso del artesanado e incluso de la manufactura (que era ya dura pero no inhumana) a la fábrica.

Esta produce un tipo de trabajo nuevo, despiadado. Y como, con la necesidad de la acumulación del capital, el salario es inferior al valor producido, el trabajo se vuelve más absorbente: envuelve toda la vida del hombre. El obrero se encuentra al mismo tiempo obligado a hacer trabajar a su mujer y a sus hijos para poder sobrevivir. El trabajo es, entonces, al mismo tiempo más inhumano de lo que lo fue para los esclavos y más totalitario, no dejando lugar para ninguna otra actividad en la vida, sin juego, sin independencia, sin vida en familia. Aparece, a ojos de los obreros, como una suerte de fatalidad, de destino. Fue entonces indispensable compensar tal situación inhumana con algún tipo de ideología (que, por otro lado, aparece en este caso correspondiendo exactamente a la perspectiva de la ideología de Marx) que haría del trabajo una virtud, un bien, una adquisición, un ascenso o elevación. En el caso de que el trabajo todavía fuese interpretado como una maldición, la situación habría sido radicalmente intolerable para el obrero.

No obstante, esta difusión del «Trabajo-Bien» toma gran importancia en especial porque la sociedad de entonces abandonó sus valores tradicionales, lo que conforma el segundo factor. Por un lado, las clases dirigentes dejan de creer profundamente en el cristianismo, y, por otro, los obreros, que son campesinos desterrados, se encuentran perdidos en la ciudad y ya sin ningún vínculo con sus antiguas creencias, la escala de valores tradicionales. Este hecho vuelve necesaria la rápida creación de una ideología de substitución, una red de valores a los cuales integrarse. Para los burgueses, el valor será el fundamento de su fuerza, de su encumbramiento. El Trabajo (y secundariamente el Dinero). Para los obreros, acabamos de ver que es necesario proporcionarles una explicación de lo que es la explotación, o la valorización, o la justificación de su situación, y al mismo tiempo el suministro de una escala de valores susceptible de sustituir a la antigua. Así, la ideología del trabajo se produce y crece en el vacío dejado por las demás creencias y valores.

Pero existe un tercer factor: es admitido como valor, lo que se ha convertido en la necesidad de crecimiento del sistema económico, esto es visto como primordial. La economía toma su lugar fundamental en el pensamiento apenas en los siglos XVII y XVIII. La actividad económica es creadora de valor (económico). Se convierte en el pensamiento de las elites, pero no solamente de la burguesía, sino del centro del desarrollo, de toda la civilización. Desde entonces, cómo no atribuirle un lugar esencial en la vida moral. No obstante, el factor determinante de esta actividad económica, la más bella del hombre, es el trabajo. Todo se basa en un trabajo duro. No habiendo sido aún formulado claramente en el siglo XVIII, muchos ya entendían que el trabajo producía el valor económico. El pasaje de este valor al otro (moral o espiritual) ocurre rápidamente. Era imprescindible que esta actividad tan esencial materialmente fuera igualmente justificada moral y psicológicamente. Creador de valor económico: se emplea la misma palabra para expresar que es creador del valor moral y social.

Un último factor viene a asegurar esta supremacía. La ideología del trabajo aparece cuando hay una separación más grande y decisiva entre el que manda y el que obedece en el interior de un mismo proceso de producción, entre el que explota y el que es explotado, correspondiendo a categorías radicales diferentes de trabajo. En el sistema tradicional, tenemos el que no trabaja y el que trabaja. Hay una diferencia entre el trabajador intelectual y el trabajador manual. Pero no hay oposición radical entre las tareas de organización o hasta de mando y las de ejecución: al trabajador manual se le dejaba más iniciativa. En el siglo XVIII, el que organiza el trabajo y el que explota es también un trabajador (y ya no un no trabajador, como lo era el señor) y todos están dentro del circuito del trabajo, pero con la oposición total entre el ejecutante explotado y el dirigente explotador. Existen categorías totalmente diferentes del trabajo en el dominio económico. Estos son, creo, los cuatro factores que conducen a la elaboración (espontánea, no maquiavélica) de la ideología del trabajo, que juega el rol de todas las ideologías: por una parte la de disimular la situación real trasladándola a un campo ideal, atrayendo toda la atención hacia el ideal, el ennoblecido, el virtuoso y honrado, por la otra, la de justificar esta misma situación tiñéndola de los colores del bien y del sentido. Esta ideología del trabajo ha penetrado por doquier, y domina todavía y en gran parte nuestras mentalidades.

¿Cuáles son, pues, los principales componentes de esta ideología? Primero está la idea central, que se convierte en una evidencia: que el hombre está hecho para el trabajo. No hay otra posibilidad para vivir. La vida no puede ser llenada más que por el trabajo. Recuerdo una lápida cuya única inscripción, bajo el nombre del difunto, era «el trabajo fue su vida». No había nada más que decir sobre toda la vida de un hombre. Y al mismo tiempo, en la primera mitad del siglo XIX, aparecía la idea de que el hombre se diferenciaba de los animales, se convertía realmente en hombre, porque desde sus orígenes había trabajado. El trabajo había hecho al hombre. La distancia entre el primate y el humano fue establecida por el trabajo. Y, de forma significativa, mientras que en siglo XVIII se le llamaba generalmente al hombre prehistórico «homo sapiens», a principios del siglo XIX el que va a prevalecer será el «homo faber»: el hombre que hace o fabrica útiles de trabajo (yo sé que, por supuesto, eso estaba relacionado con descubrimientos efectivos de útiles prehistóricos, pero ese cambio de énfasis es esclarecedor). Al igual que en los orígenes del hombre está el trabajo, es este el único que puede dar un sentido a la vida. Esta no tiene sentido en sí: el hombre se lo aporta, por sus obras y la realización de su persona en el trabajo, que en sí mismo no necesita ser justificado, legitimado: el trabajo tiene su sentido en sí mismo, comporta su recompensa, a la vez por la satisfacción moral del «deber cumplido», y por los beneficios materiales que cada quien extrae de su trabajo. Porta en sí su recompensa, y además una recompensa complementaria (dinero, reputación, justificación). Labor improbus omnia vincit.[1] Esta divisa se convierte en la más importante del siglo XIX. Porque el trabajo es el padre de todas las virtudes, como la ociosidad es la madre de todos los vicios. Los textos de Voltaire, uno de los creadores de la ideología del trabajo, son, en efecto, esclarecedores sobre el tema: «El trabajo aleja de nosotros tres grandes males: el aburrimiento, el vicio y la necesidad», o también: «Fuercen a los hombres a trabajar y los transformaran en gente honesta». Y no es extraño que sea justamente Voltaire el que pone en primer orden el valor del trabajo, ya que este se convierte en valor justificador. Se pueden cometer muchas faltas de todo tipo, pero si se es un firme trabajador se es perdonado. Un paso más y llegamos a la afirmación, nada moderna, de que «El trabajo es la libertad». Esta fórmula se refleja hoy por un tono trágico, porque nos recuerda la formula en la entrada de los campos de concentración nazis: «Arbeit macht frei».[2] Pero en el siglo XIX era explicado solemnemente que, en efecto, solo el trabajador es libre, por oposición al nómada que depende de las circunstancias, y al mendigo que depende de la buena voluntad de los demás. El trabajador, él, cada cual lo sabe, no depende de nadie. ¡Solo de su trabajo! De esta forma, la esclavitud del trabajo es transformada en garantía de Libertad.

Y de esta moral encontramos dos aplicaciones más modernas: la Occidental vio en su capacidad de trabajar la justificación y, al mismo tiempo, la explicación de su superioridad con respecto a todos los pueblos del mundo. Los africanos eran perezosos. Era un deber moral enseñarles a trabajar, y era una legitimación de la conquista. No se podía aceptar la perspectiva de que dejasen de trabajar cuando tenían lo suficiente para comer dos o tres días. Los conflictos entre patrones occidentales y obreros árabes y africanos entre 1900 y 1940 fueron innumerables por este motivo. Pero, extraordinariamente, esta valorización del hombre por el trabajo fue adoptada por movimientos feministas. El hombre mantuvo a la mujer en la inferioridad, porque solo él efectuaba el trabajo socialmente reconocido. La mujer solo es reconocida hoy si trabaja: teniendo en cuenta que el mantenimiento del hogar y criar a los hijos no es trabajo, ya que no es trabajo productivo y no reporta dinero.

Por ejemplo G. Halimi dice que «La gran injusticia es que la mujer ha sido excluida de la vida profesional por el hombre». Es esta exclusión la que impide a la mujer poder acceder a la humanidad completa. Esto hace que también se la considere como el último pueblo colonizado. Dicho de otra forma, el trabajo, en la sociedad industrial, es la fuente del valor, que se vuelve en el origen de toda realidad, se encuentra transformado, gracias a la ideología, en una superrealidad, invertida en un sentido último a partir del cual toda vida toma su sentido. De esta forma el trabajo es identificado con toda la moral y toma el lugar de todos los demás valores. El trabajo es el portador del futuro. Ya sea que se trate de un futuro individual o colectivo, este se funda en la efectividad, la generalidad del trabajo. Y en la escuela se le enseña al niño, primero y antes que nada, el valor sagrado del trabajo. Es la base (con la patria) de la enseñanza primaria de 1860 a 1940, aproximadamente. Esta ideología va a penetrar por completo a generaciones.

Esto conduce a dos consecuencias muy manifiestas, entre otras. Primero somos una sociedad que ha puesto progresivamente a todos a trabajar. El rentista, como antes el noble o el monje, ambos ociosos, se convierten en personajes innobles a fines del siglo XIX. Solamente el trabajador es digno del nombre de hombre. Y en la escuela los niños son puestos a trabajar como nunca habían trabajado en ninguna otra civilización (no hablo del atroz trabajo industrial o minero de los niños del siglo XIX, que fue fortuito y vinculado ya no al valor del trabajo sino al sistema capitalista). Y la otra consecuencia actualmente significativa: no somos capaces de ver lo que sería la vida de un hombre que no trabajase. El desempleado, aunque reciba una indemnización suficiente, queda desequilibrado y como deshonrado por la ausencia de actividad social retribuida. Un tiempo libre demasiado prolongado es perturbador, acompañado de mala conciencia. Y todavía se debe pensar en los numerosos «dramas de la jubilación». El jubilado se siente fundamentalmente frustrado. Ya no es productivo, su vida carece de legitimación: no sirve para nada. Es una sensación generalizada que proviene únicamente del hecho de que la ideología convenció al hombre de que el único uso normal de la vida era el trabajo. Esta ideología del trabajo es de particular interés en la medida en que se trata de un ejemplo perfecto de la idea (que no se debe generalizar) de que la ideología dominante es la ideología de la clase dominante. O que esta impone su propia ideología a la clase dominada. Y es, en efecto, la ideología del trabajo junto con la expansión de la industria, una creación integral de la burguesía. Esta reemplaza toda moral por la moral del trabajo. Pero esto no es para engañar a los obreros, tampoco para hacerlos trabajar más. Porque la burguesía también cree en ello. Es ella quien, por sí misma, pone al trabajo por encima de todo. Las primeras generaciones burguesas (los capitanes de industria, por ejemplo) están conformadas de hombres obsesionados por el trabajo, trabajaban más que todos. No se elabora tal moral para contradecir a los demás, sino como justificación de lo que uno mismo hacía.

La burguesía no creía más en los valores religiosos de lo que creía en las morales tradicionales: esta remplaza el todo por la ideología que legitima a la vez lo que ella hace, su estilo de vida, así como el sistema en sí mismo que, ella, la burguesía, organiza e instala. Pero claro, ya dijimos que como toda ideología, esta sirve también para disimular, esconder la condición del proletariado (si trabaja, ¡no es por obligación u subyugación, sino por virtud!). No obstante, es cautivador el constatar que esta ideología producto de la burguesía se convierte en la ideología profundamente arraigada y esencial de la clase obrera y de sus pensadores. Como la mayoría de los socialistas, Marx cae en la trampa de esta ideología. Aquel tan lúcido para con la crítica del pensamiento burgués, entra de lleno en la ideología del trabajo. Los textos abundan: «La historia no es más que la creación del hombre por el trabajo humano. El trabajo ha creado al propio hombre» (Engels).

Y aquí tenemos bellos textos del mismo Marx:

En tu uso de mi producto, directamente gozaré de la conciencia de haber satisfecho una necesidad humana y objetivado la esencia del hombre, de haber sido para ti el medio plazo entre tú y el género humano, de ser pues conocido y sentido por ti como un complemento de tu propio ser y una parte necesaria de ti mismo. De saberme confirmado tanto en tu pensamiento como en tu amor, de haber creado, en la manifestación individual de mi vida, la manifestación de tu vida, de haber pues confirmado y realizado directamente en mi trabajo… la esencia humana, mi esencia social.[3]

Es precisamente en la elaboración del mundo de los objetos mediante su trabajo en donde el hombre se afirma realmente como un ser genérico. Esta producción es su vida activa. Mediante ella, la naturaleza aparece como su obra y su realidad. Es por eso que el objeto del trabajo es la objetivación de la vida genérica del hombre, pues este se desdobla no solo intelectualmente, como idealmente en la conciencia, sino activa y realmente, y se contempla a sí mismo en un mundo creado por él por medio de su trabajo.[4]

Y uno de los despiadados ataques de Marx contra el capitalismo trata justamente sobre este punto: «el capitalismo ha degradado el trabajo humano, hace de él un envilecimiento, una alienación». El trabajo en ese mundo no es ya el trabajo. (¡Pero olvidaba que fue precisamente ese mundo quien había fabricado la noble imagen del trabajo!). «El capitalismo debe ser condenado, entre otras cosas, para que el trabajo pueda encontrar su nobleza y valor». Por otro lado, Marx atacaba simultáneamente sobre este punto a los anarquistas, los únicos en dudar de la ideología del trabajo. En fin: «Por esencia, el trabajo es la manifestación de la personalidad del hombre. El objeto producido expresa la individualidad del hombre, su extensión objetiva y tangible. Es el medio directo de subsistencia, y la confirmación de su existencia individual». De esta forma Marx interpreta todo gracias al trabajo, y su célebre demostración de que solo el trabajo es creador de valor se basa en esta ideología burguesa (de hecho, fueron economistas burgueses quienes, antes de Marx, habían hecho del trabajo el origen del valor).

Pero no serán solo los pensadores socialistas quienes entrarán en esta perspectiva, sino los mismos obreros, y los sindicatos también. Durante todo el final del siglo XIX, se asiste a una progresión de la palabra «Trabajadores». Solo los trabajadores están justificados y tienen derecho a ser enaltecidos, en oposición a los ociosos y a los rentistas que son viles por naturaleza. Y todavía, por trabajador se comprende solamente al trabajador manual. Alrededor de 1900, tendrán lugar duros debates en los sindicatos para saber si se les puede dar a los funcionarios, intelectuales y empleados, el noble título de trabajador. Igualmente en los sindicatos, entre 1880-1914, se repite sin fin que el trabajo ennoblece el hombre, que un buen sindicalista debe ser un mejor obrero que los otros; se propaga el ideal del trabajo bien hecho etc… Y, finalmente, todavía en los sindicatos, se exige, antes que cualquier otra cosa, justicia en la repartición de los productos del trabajo, o la atribución del poder para los trabajadores. Así, podemos decir, de forma muy general, que los sindicatos y los socialistas contribuyeron a la difusión y fortalecimiento de esta ideología del trabajo ¡lo cual, por cierto, es perfectamente comprensible!

Jacques Ellul

[1] El trabajo agotador todo lo vence (Virgilio, Geórgicas).

[2] El trabajo libera (inscripción en las puertas de los campos de Auschwitz, Sachsenhausen, Dachau y Theresienstadt).

[3] Karl Marx, Manuscritos de 1844.

[4] Ibíd.

https://es.theanarchistlibrary.org/library/jacques-ellul-ideologia-del-trabajo


-Manifiesto contra el trabajo . Grupo Krisis. 1999

En PDF. Por la editorial Virus

En audio libro

-Notas contra el sindicalismo

-El marxismo es proletario y revolucionario, el anarquismo jamás lo ha sido (extractos)

-Disculpen, pero no marcharé el 1ero mayo: sobre la autocomplacencia de la “memoria” anarquista en nuestra región.

-Colón, los indígenas y el Progreso humano


12 Historias Ludditas. Libro

Antes de que te sumerjas en la lectura del libro, desde el colectivo editorial creemos importante hacer algunas aclaraciones sobre el mismo.En primer lugar, es importante aclarar que este libro es una recopilación de artículos. Algunos de ellos han sido publicados en el blog Negre i Verd (https://negreverd.blogspot.com.es/), otros en la publicación Libres y Salvajes (https://archivomoai.blogspot.com.es/) y otros son inéditos. Pese a que son artículos independientes, mediante su unión se crea un hilo conductor capaz de dotar al texto de una visión global del tema.

Los llamados ludditas fueron artesanos y trabajadores ingleses del sector textil, que a principios del siglo XIX se opusieron a la introducción de nuevos telares y maquinaria, con la intención de defender no sus oficios, sino su modo de vida y su manera de entender el mundo.

Los protagonistas de estas historias, que vivieron en distintas partes del mundo y en momentos y contextos muy diferentes a la Inglaterra decimonónica tienen, a nuestro parecer, muchas confluencias con los ludditas ingleses, pese a que no se les atribuya dicha denominación. En primer lugar, comparten métodos con los ludditas clásicos, el sabotaje, junto con otras tácticas de resistencia, para defender su vida de la dominación fabril. Por otro lado, en todos estos actos de resistencia hay otro nexo común, la capacidad de entender los mecanismos de los que se sirve el poder para sustentar su dominación. Es necesario conocer la importancia de determinadas imposiciones históricas como el Sistema Métrico Decimal, el reloj o la fábrica a la hora de analizar críticamente las causas y consecuencias de las nuevas imposiciones que el sistema tecnológico nos camufla en forma de necesidades (Internet y la acumulación de datos, la seguridad y la videovigilancia…). Del mismo modo es importante conocer de qué forma se desarrollaron las resistencias a estas innovaciones ya que servirán de ayuda a quienes enfrentan la sociedad tecnológica del siglo XXI como un leviatán al que intentar derrotar.

-PDF

-Ludditas, más allá de la destrucción de las máquinas. Audio Charla


Algunos materiales audivovisuales sobre el cambio abrupto en el trabajo, dado por las nuevas tecnologías en la llamada Cuarta Revolución Industrial

– La Cuarta Revolución Industrial | Versión completa

-Entrevista a Carl Benedikt Frey – La Cuarta Revolución Industrial (Parte 1/2)

¡Qué paren las máquinas!… los robots nos quitarán la mitad del empleo. El 47% de los empleos están en un alto riesgo de ser automatizado. Todos los estudios apuntan a que la fusión de la robótica, las tecnologías de la información y la inteligencia artificial van a tener un impacto devastador en el mercado laboral. En este programan intervendrá Carl Benedikt Frey, economista de la Universidad de Oxford que ha publicado uno de los informes de cabecera sobre el Futuro del Empleo

¿Quién nos iba a decir hace apenas diez años que los coches sin conductor (por gentileza de Google y Uber) marcarán el camino en nuestras ciudades? ¿Quién podía pronosticar que una profesión de altos vuelos como la de piloto se iba a ver amenazada por el «ataque» de los drones?¿O que robots como GiraffPlus (popularmente conocido como La Sueca) iban a relevar a los asistentes sociales en la ardua tarea de cuidar de los mayores?. La solución, para muchos expertos, pasa por afrontar el futuro con medidas tan radicales como la renta básica: una paga mensual para todos, por el mero hecho de ser ciudadanos.

Parte 2/2

– LA CUARTA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL. AUDIOLIBRO. KLAUS SCHWAB. castellano.

– La industria 4.0 y su impacto en el futuro del trabajo

– ¿Está preparada América Latina para la nueva revolución industrial?

– El impacto de la 4.ª Revolución Industrial en la geopolítica del siglo XXI

– ¿Hacia una sociedad vigilada?. Conferencia Marta Peirano

– Marta Peirano. El enemigo conoce el sistema

– Conferencia de Marta Peirano: «Icontrol: la frontera de los datos médicos en el mundo post-covid»


Algunos ánimes que cuestionan en algo la industrialización del progreso

-La princesa mononoke | resumen en 10 Minutos

Lejos de lo «mágico», trata de individualidades y demás animales que se oponen a esa fábrica que va depredando su hábitat.

– Pompoko, La guerra de los Mapaches

También lejos de lo «mágico», trata de esa guerra, pero además de una disputa interna entre reformistas (que aprenden a adaptarse a la nueva sociedad) y radicales (que no desean la intromisión del urbanismo).


Canciones de despedida

-Abajo el trabajo

-Ni obrerx ni patrón

– Folie a Trois 06 No me afilio


2 respuestas a “Notas reflexivas sobre proletariado, trabajo y progreso

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